
Las dos dimisiones de Aguirre
Esperanza Aguirre, bailarina de chotis, se aplica el cuento de su doctrina y deja la presidencia del PP madrileño (un fiestón, oiga) para ver desde la barrera el sexto toro de la era Rajoy. El gentío está que silba, y no precisamente pasodobles. Mejor dejarse la honra en la enfermería, pensó, que las tripas sobre el albero. Esta mujer de pedernal churrigueresco (¿Lo qué?) nació para las mayorías, y presidir un partido regional desde la oposición orgánica y parlamentaria no imprime carácter sino unas ganas de dejarlo que a lo mejor voy y lo dejo, oye. Mientras media España le regalaba rosas a la otra media, ella se sacó del atril (ay, ese atril) una colección de espinas de esas que nos dejan mirando al pinchazo, no a la rama. Es de las que huelen la sangre dialéctica hasta en cuajarón, y con lo fácil que lo está poniendo Carmena no dejará el escaño. Madrid, esa olla de las pasiones, es un guirigay donde la oposición te la dan, ya toda estructurada, unos titiriteros anarcas. Cómo lo va a dejar Aguirre justo cuando Ahora Madrid está tan cerca de averiguar, con permiso de la Complutense, que Francisco Franco Bahamonde fue franquista.
Si es cierto que Ignacio González está con el agua (la del Canal) al cuello, Aguirre ha hecho bien en irse, y armando la gresca, que es una manera muy madriles de enfrentarse al esplín pontevedrés. Mientras Rajoy manda a sus chicas a sustituirlo en los debates y a lavar la cara del partido por los platós, se está fumando un puro sucesorio que no se le termina de acabar, como las velas de broma de los cumpleaños. El otro día negó una mano, pero lo habitual es que niegue una legislatura entera. Y los demás que esperen, yo aquí con mi estatuario de los recortes. Creyó, haciéndole caso a Clinton, que la economía lo era todo, y ahora todo le pide que se economice él.
Esperanza Aguirre, cazatalentos, se sabe promesa de sí misma. Aunque tocado, debe de conservar su afán de convertirse algún día en la presidenta de la nación. Para eso necesita una dirección del PP más afín (menos no la hay), un Ciudadanos declinante y un detergente hiperactivo que le limpie las manchas más profundas. “Me imputan constantemente, pero por corrupción no me van a imputar”. Veremos. El tiempo restaña heridas que no alivia el Betadine, y a este PP ganador de elecciones y perdedor de gobiernos le queda toda la muerte por delante. Se aproximan tiempos turbios, pero no por el galimatías argumental, cambiante con los horóscopos, según el cual Pedro Sánchez justifica que les hace el vacío para que se regeneren. Más bien porque el partido alimenta a sus tenias intestinas más despacio que sus opositores a las suyas, y Rajoy no será eterno, pero lo parece. La sucesión del PSOE (primarias) induce al desconcierto, a la sonrisa de alipori, pero la del PP es un arcano similar al logaritmo de Google, ese hierofante.
Aguirre lo tiene complicado, pero en política decir imposible es decir, por ejemplo, que Zapatero jamás le arrebataría la secretaría del PSOE a José Bono, que Rato era intachable y que UPyD venía para quedarse a ocupar el centro del hemiciclo. Aguirre puede cederle el paso a Cifuentes sin miedo a quedar postergada porque el puesto que una ocupe en el Titanic es irrelevante, si de lo que se trata es de dejar un cadáver vistoso. Buena música, buen yantar, mientras las dulzainas carmenitas, populacheras y muy in, se cuelan entre los resoles de los icebergs. Dos manos van jugadas al gin rummy político, ninguna decisoria.
-¿Vamos a por la tercera, Esperanza?
-No lo sé -responde, muy lideresa, volviéndose a la camarera de cubierta-: “Niña, ponme un Rioja”.