Hay dos cosas que las sociedades grandes, complejas, no dejan de producir: información y basura. A veces vienen enmascaradas bajo el mismo envoltorio. Diferenciarlas no depende, como pudiera parecer, de la vista, sino del olfato. Por ejemplo, uno lee que algunos de los terroristas de París entraron en Europa haciéndose pasar “probablemente” (sic) por refugiados sirios y el ojo, siempre más torpe, nos lo hace aparecer como un pedazo de magro informativo. Pues no. Sólo hay que acercar la nariz para saber, por el hedor creciente que despide en tertulias y foros, que se trata de lo otro. Nada más ser publicado empiezan a comérselo los lentos pero seguros microorganismos de nuestra prevención, y ultimada la tarde es pura podredumbre, ya sólo alentada por carroñeros.
Larga vida a la cadena trófica periodística.