Podemos ha logrado poner de acuerdo a dos viejos jarrones de partido, González y Aznar, de profesión “sus conferencias”. Los dos llevaban un tiempo buscándose desde la muerte de Suárez, un poco queriendo pero sin querer, y al final han acabado confluyendo en el “chavismo”, que es el vomitorio dialéctico de estos tiempos. De haber sabido Hugo Chávez que lo iban a rentabilizar así, les habría aplicado en vida una expropiatio terminis de libro, muy rojaza, como una manera clarividente de asegurarse una presencia en el futuro, pero con royalties. Anduvo lento el prócer y ahora decir “chavista” tiene la gratuidad de los textos de Lorca y Valle-Inclán, que este año pasan al dominio público.
Esta sincronía en las declaraciones, en absoluto pactada (para pactar estamos, sí) deja en Génova y Ferraz un embeleso de sonrisas congeladas que ya lo querrán para sí los aspirantes a un Goya cuando no sean llamados al atril. Todos sabemos que lo importante es haber llegado al cogollito, sólo faltaba, pero a nadie le amarga el trofeo cabezón de una llevadera gobernabilidad. Que los expresidentes sigan dándole a la húmeda en las televisiones le imprime un barniz nuevo a la pena de telediario, y llena las sedes de los partidos con un olor a tierra cementerial que no es otro que el de esta pareja de Walking Dead a la que unió la muerte monclovita. Es el matrimonio invertido, que muere con la vida de los cónyuges y florece tras la muerte electoral.
El amor puede llegar a ofrecer varias oportunidades, sobre todo el inédito, porque jamás las tuvo. Son los dulces efluvios del amor romántico y primero, por estrenar, aunque ninguno de los dos sea ningún niño. Y con los hijos ya criados. En eso también se les nota la senectud, más que ninguna otra la política; parecen desentenderse del qué dirán a quemarropa, cuasi enfebrecidos, con esa indolencia joven que electriza a los viejos cuando corren camino del abismo como el que salta entre amapolas. Para ellos todo encierra un larvado mensaje de decrepitud: en el espejo empañado de la mañana descubren que cada cuchilla de afeitar podría ser la última, y esa entrevista en el periódico su testamento de posteridad. Así no hay quien se olvide de intentar ser sublime, decisivo. No les vaya a pasar lo que a Corcuera, temen, al que el otro día en 13TV un alcalde socialista lo llamó desleal por cuestionar a Pedro Sánchez, su Alteza el Secretario Generalísimo. Gente que ya se hizo una transición (la democrática, González; Aznar, la del PP) no está para hacerse otra, y encuentra muy cómodo, como muelle, al foráneo enemigo compartido, esculpido en magnetita bolivariana. Por el momento se barrunta más chirriar de lápidas y fosforescencia de fuegos fatuos, que los españoles somos muy de desenterrar.
En “La novia cadáver”, película que adoro, habita un encanto de tules corrompidos y agusanamiento plácido que nos reconcilia con lo morboso. Ay, el santificado amor de los difuntos. No vayan a pensarse: todo mi respeto. Pero también por la frase de Bergamín: “Con los comunistas, hasta la muerte; pero no más allá”. Nuestros expresidentes lo sabían y han esperado a la ocasión idónea para poder cantarlo desde sus tumbas colindantes, las manos de osamenta entrelazadas.