A veces la realidad tira dos dados y le sale un seis triple. En Semana Santa conocimos la historia de Ángela, una agente inmobiliaria que había muerto con 50 años y cuyo cadáver descubrieron en el sofá de su casa en Valdilecha. Habían transcurrido más de dos años desde su muerte. Al parecer el cuerpo era visible desde la mirilla de la entrada y eso fue lo que llevó a su descubrimiento. La mujer mantenía una relación conflictiva con familia y vecinos, por eso su ausencia no había levantado sospechas.
En esos días, nos contaron la historia similar de otra mujer, también llamada Ángela, ésta G. G., a la que le sucedió lo mismo, aunque con otra edad: 51. Nada supimos de su profesión. En este caso la guardia civil, que debía de saber del otro por la prensa, no se limitó a observar por la mirilla de la casa y la desmontó para cerciorarse de que había un cadáver dentro. Ambas historias, sin embargo, tenían más cosas en común: la autopsia había dictaminado que era una muerte natural y se confirmaba el mal carácter de la fallecida.
Días después, cuando el relato del suceso ya no corría de boca en boca, Nacho Carretero publicó en EL ESPAÑOL la historia de una tercera mujer, Ángela, ésta más real: como hemos visto, Ángelas hay muchas, pero no tantas que se apelliden Gil en Valdilecha. Su relato era más extenso que los otros, y por lo tanto más susceptible de contener errores (el que habla mucho yerra mucho). Pero no fue así. Con fina certeza, sin sucumbir a tentaciones folletinescas, nos confirmó las circunstancias de vida y muerte que rodearon a Ángela Gil. Además obró el milagro que los lectores le agradecemos: nos hizo comprender que las tres mujeres eran la misma persona.
Leer más