
Un vendedor de papel atiende gustoso a dos clientes (fotograma de El verdugo)
Tengo un amigo que, para decepcionarse con aviso (la vida, de sus decepciones, no da advertencias), nunca empieza un libro sin antes leer el final. Yo no sigo su ejemplo, pero reconozco que en estos días de Feria puede convertirse en un hábito saludable y economizador, especialmente si uno acude a las casetas sin referencias. Seguir leyéndolo en la revista Le Miau Noir