¿Por qué?

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Masoquismo electoral

Mucho me temo que ganará Trump.

Porque los que votan como a nosotros nos gustaría viven en Nueva York, en California. Porque los otros viven en todas partes.

Porque yo también he visto el viejo vídeo, repleto de grano y ropa demodé, donde una joven Hillary Clinton defiende la construcción de un muro entre México y los Estados Unidos para defenderse de la inmigración ilegal.

Porque el resultado depende de más o menos la misma gente que fue capaz de votar a George W. Bush. En dos ocasiones. Repito: en dos.

Porque a los electores les gusta pensar que otros presidentes pudieron ser misóginos y racistas en la clandestinidad, sobre todo cuando la democracia envejece, día tras día, de exhibicionismo y, al mismo tiempo, es preciso desnudarla para que no languidezca.

Porque en los países de raíz protestante se castiga más la mentira que el relajo moral. Si tienen dudas, acuérdense de Clinton. De Bill Clinton.

Porque siempre habrá personas que voten contra sí mismas, cegadas por esplendores colaterales. Y las mujeres, los negros y los inmigrantes son personas.

Porque parece muy sospechoso que el FBI se preocupe de exonerar a Hillary Clinton de cualquier delito apenas dos días antes de los comicios -un FBI controlado por una administración demócrata-.

Porque el presidente de EEUU es más poderoso de lo que nos gustaría, pero menos de lo que creemos. El país puede permitirse un presidente así, aunque no lo necesite.

Porque hay una ley básica de alternancia que determina que el ser humano se cansa de ver siempre  lo mismo, de comer lo mismo… de votar lo mismo. Al contrario de lo que sucedería con Hillary Clinton, cuatro años con Trump en la presidencia pueden lograr que América se despierte con ganas de haber sido otra. Sólo por eso merece la pena hundirse.

Porque Putin ganó en Rusia, Jesús Gil en Marbella, Berlusconi en Italia, Perón en Argentina…

Porque Platón regresó de Siracusa convencido de que hay bien poco en lo que un filósofo pueda serle de utilidad a un político dictatorial y sofista. La gente, cuando cavila en masa (y no otra cosa son unas elecciones), adora a los tipos duros que bailan con la más fea sin despeinarse, y aborrece a los filósofos que le hacen pensar, que le dicen, desde su frente ceñuda: «¡Eh, tú, idiota!».

Porque la Constitución americana permite que cualquier americano pueda llegar a convertirse en presidente. Y cuando dice cualquiera quiere decir cualquiera.

Porque primero lo ridiculizaron, luego lo subestimaron, más tarde lo despreciaron y ahora lo temen. Es la carrera de un mesías. Merecerá un karma compensatorio.

Porque Trump miente mucho, muchísimo mejor que su adversaria. Y cuando le pillan, repite sin cesar que la verdad no deja de conspirar contra él. De ese modo logra que la gente se fije en la palabra conspirar, no en la palabra verdad.

Porque es más fácil envidiar a un hombre rico, casado con una mujer despampanante, que envidiar a una mujer que sólo es rica.

Porque parece ser lo que realmente dice ser, algo que en ella es sólo sueño. La gente adora ese cuadro de Magritte donde debajo de una pipa enorme se lee: «Esto no es una pipa». Lo que agrada en el arte nunca funcionaría en política. «Dejemos que este hombre sirva de portavoz a esa parte de mí que adoro y jamás mostraré».

No porque le diga a la gente lo que quiere oír, sino porque oye lo que la gente dice y después lo repite.

Porque es repugnante y triunfador, y hay en consecuencia pocas cosas que a un hombre así se le puedan negar. Pudo lograrlo por esfuerzo, por malas artes, pudo ser por suerte. Pero todas ellas son nociones muy deseables cuando se trata de presidir un país.

Porque cuando lo acusan de ser zafio, responde con zafiedad. De estar lleno de desprecio, con desprecio. Eso transmite la idea de un espejo en el que muchos adoran mirarse.

Porque su capacidad de resistencia parece infinita. Cuando los hombres buenos prometen disponer de ella inagotablemente, sabemos que mienten, pues por dentro están rotos. ¿Qué desfallecimiento ha de atacar al que todo lo obvia, ennoblecido por su persistencia?

Porque se lo ha propuesto y viene remando río arriba. Los salmones que nos comemos son los de alta mar. Los que admiramos, sin embargo, son los que nadan contra la corriente, ésa tan perniciosa en su normalidad. Y nadie, en el fondo, desea ser normal.

Porque es un tipo listo que se hace pasar por un tonto que va de listo. Sólo eso ya lo convierte en revolucionario.

Porque los escritores como yo, aquejados de una entelequia, escribimos lo que escribimos muchas veces guiados por la creencia pseudomágica de que así no sucederá. Pero muy a menudo erramos.

 

 

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Acerca de Rubén Diez Tocado

Narrador. Poeta. Bípedo. Omnívoro. Bloguero sobrevenido. Premio Tiflos de cuento por "Los viajes del prisionero" (finalista del Premio Setenil 2015). Premio Internacional Martín García Ramos de poesía por "La nada discontinua" (Ed. Difácil). Contacto: rubendieztocado@gmail.com
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2 respuestas a ¿Por qué?

  1. franciscojuancabellos dijo:

    Has dado en el clavo. A ver si esas empresas de demoscopia que no dan ni una se fijan en tí y te piden consejo, porque has vaticinado lo que esas empresas casi ni se planteaban. Enhorabuena

    Me gusta

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