Que siempre va conmigo

Wyoming y Granados

A principios del verano pasado, cuando sobre Francisco Granados ya llevaba tiempo alboreando el sol cuadrilátero de la cárcel, con su patio de líneas rectas, El intermedio de Wyoming le reprochó al presentador de El cascabel al gato, reverso ideológico de aquél, no haberse esforzado mínimamente en acorralar un año antes a su entrevistado, un Granados menos torero, con la sonrisa más espesa que de costumbre. “Llevo alguna noche pasándolo realmente mal”. Lo acusaban, ya ve usted, de tener una cuenta en Suiza. Visto con el tiempo despierta hasta ternura, como si hubiese admitido que estaba enganchado al Canal Cocina. Lo pagó dimitiendo como senador, que en España tiene la misma relevancia pública que darse de baja de un videoclub. Decía estar siendo maltratado por una injusticia política, denunciaba un comportamiento “poco decoroso de algunos de sus compañeros”. Olvidó protegerse del peor de todos ellos: él mismo. Se lo tiene merecido, por no leer a Machado. O leerlo mal, como si fuese el niño de los recados poéticos, un vatecito andaluz: “Converso con el hombre que siempre va conmigo”. Más claro, agua. Al político le quedó esa conversación pendiente, soliloquio de sombras. El poeta sevillano, que no conoció a Granados, acierta sin embargo a ensogarlo con su poesía transtemporal de bisturí: “con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”. Ahora y entonces a Granados se lo pagamos nosotros. Antes, sin saberlo. Ahora, con gusto.

El efecto enajenante del dinero se exacerba cuando es robado. El ladrón puede estar viendo aparcar los coches patrulla frente a su casa; no se dará por aludido. “Ya han pillado a García, el del chalé de enfrente”, le dice a su mujer, corriendo la cortina. “Te dije que no era trigo limpio”. Cuando suena el timbre, acude a abrir con la paz interior de saber que sólo van a requerirlo como testigo. Y la farsa mental le dura hasta la cárcel. Allí el rostro canallesco de los otros presidiarios, transmutación alquímica del alma, le devuelve el reflejo virginal de su propia conciencia. Por eso Bárcenas regala pantalones a los compis del trullo: los pantacas y el jabugo que Rosi le paga desde Baqueira son los sobres del circuito carcelario.

La afrenta económica se limpia antes y mejor que la moral (el dinero es dinero; la virtud, virtud). Aquélla le endosa al ánimo, como medida precautoria, un recubrimiento profiláctico para dejar creer a la propia dignidad que allí nada ha sucedido. El encantamiento puede durar toda la vida. Muchos salen de la trena sin la sonrisa de inocentes con la que entraron y, al mismo tiempo, la inocencia intacta. Como se han hecho el viacrucis de un segundo nacimiento, pretenden venderle la rueda al hijo del carretero. Libre ahora Mario Conde, por ejemplo, nos habla muy aleccionador de regeneración institucional y de una partitocracia moribunda, y dice encontrar el país más desnortado y débil que cuando él lo cambió por su predio de sombra. Nos ha fastidiado. Cada vez que algún manilargo como él entra en chirona, la justicia se sonríe, gustosa de verse útil, pero la convicción popular en el sistema político se resiente, sobre todo si las arremetidas son duras y continuadas, amigos como somos del KO frente a los puntos. De seguir el latrocinio a gran escala, dentro de algunos años, cuando liberen a todo el hampa que ahora está entrando en prisión, del Congreso no quedarán ni los leones. Los abuelos que desde Bailén se dirijan al Templo de Debod, al pasar frente al edificio en ruinas del Senado, se lo señalarán a sus nietos. “Mira, chaval”, dirán. “Una pirámide”.

Las democracias funcionan con una red subterránea de vasos comunicantes por la que transita el líquido espejeante de su propósito, siempre colectivo, que no colectivista (la CUP y su parentela). El lodo las obstruye pero el tiempo lo empeora: es cuando el barro se seca y ya no hay quien lo frunza cuando el sistema puede quebrar. Por el momento nos salva la muy a menudo vigilante Europa, nuestra inmemorial falta de memoria y un optimismo ciego de copartidarios ideológicos. Baste un ejemplo: el día que El cascabel al gato entrevistó (es un decir) a Granados, que podía mentir en todo menos en su exquisita sonrisa de carcamal, preguntaban a la audiencia si creía en los argumentos defensivos del susodicho. El 56% cogió el teléfono para votar que sí. Pagando. Hoy él está en la cárcel. Esa suerte de candidez sólo la reporta el calor ideológico. Ya lo advirtió Fraga: “Fuera del PP hace mucho frío”. Y debe de ser cierto, porque el axioma se cumple hasta en Valencia, la cálida.

Acerca de Rubén Diez Tocado

Narrador. Poeta. Bípedo. Omnívoro. Bloguero sobrevenido. Premio Tiflos de cuento por "Los viajes del prisionero" (finalista del Premio Setenil 2015). Premio Internacional Martín García Ramos de poesía por "La nada discontinua" (Ed. Difácil). Contacto: rubendieztocado@gmail.com
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