Cintura

Ya echaron a Rafa Benítez del Madrid. La razón es palmaria, a pesar de lo que ciertos medios intenten vender como verdad. El tipo entró con mal pie. Como en esas pelis americanas de chirliderismo y testosterona, el primer día de clase se fue contra el más grandullón del instituto. Quiso calzarle alguna norma, algún correctivo a Ramos, a Cristiano, en lugar de haber empezado por el utillero. Lo que logró fue dormir a pierna suelta esa noche, con los suyos bien puestos, y no pegar ojo todas las demás. Sabemos -es otra norma- que el entrenador lo pone la directiva pero lo quitan los jugadores. Sucedió con el Atlético antes de fichar al Cholo, y sucede ahora con Benítez. ¿Qué importa que los sacrificados sean profesionales con títulos y experiencia a sus espaldas? Los jugadores saben lo que necesitan, y a la sombra de este argumento, cualquier presidente, verdad esta más sólida cuanto más grande el club, debería saber lo que le conviene. A él.

Benítez pecó de pacato. Pensó que venía al Logronés y asumió desde el principio el papel de tío cenizo, cansino, de esos que castigan con diez vueltas más si no te comes la sopa. Su error garrafal fue hacerlo también con la prensa. Se creyó que era Mourinho, que escupía en la cara de los reporteros y éstos lo acogían con salvífico placer, casi con expectativa, como pensando: “Me lo ha echado a mí. Jodeos de la envidia”. Al portugués, como a cualquier grande (hablamos de telegenia, claro, de la venta de un pescado más o menos insípido ante las cámaras como si no fuera de cámara, sino recién pescado), no se le aplican ciertas preceptivas. Todos están aforados por un halo de gloria y santidad, aunque se les vea el tridente. O por eso.

Benítez advino, estoy seguro, con la inocente idea de que sus precedentes lo salvarían de la ñoñez y el hastío de postadolescentes millonarios. “A estos los meto yo en cintura”, imaginó, olvidando que lo que hizo Ancelotti no fue metérsela (la cintura) sino sencillamente tenerla. Sin contar con los jugadores, Benítez, como un Obélix agraviado, prefirió no necesitar de su aprobación y amenazó con no respirar. Recuerda, en este sentido, a esos escritores autosuficientes que dicen no pensar nunca en el lector.  La mayoría, sin embargo (a diferencia de Alvite, Kafka y algún otro), no rompen jamás lo que han escrito. Algo así, por ejemplo, es el credo también de Jabois. Lo ha dicho en alguna entrevista. Pero con él es diferente. A él se lo perdonamos porque es Raúl.

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Acerca de Rubén Diez Tocado

Narrador. Poeta. Bípedo. Omnívoro. Bloguero sobrevenido. Premio Tiflos de cuento por "Los viajes del prisionero" (finalista del Premio Setenil 2015). Premio Internacional Martín García Ramos de poesía por "La nada discontinua" (Ed. Difácil). Contacto: rubendieztocado@gmail.com
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